Cierta Margarida Tous, que dice ser directora general de una cuadrilla de cortadores de lenguas a sueldo del Gobierno balear, anunció ayer que van tener mano dura con el español. Así, la Margarida ya ha amenazado con multas que oscilarán entre los 1.500 y los 15.000 euros a todos los tenderos que osen rotular sus establecimientos exclusivamente en castellano. Y es que, a partir de ahora, la Ley de Montilla, que viene a ser la de Lynch aplicada a la gramática, también será la única que rija en las islas.
A uno, que sobrevive en el vientre de la bestia desde que tuvo uso de razón, lo de esa osita de Tous que pretende prohibir la realidad le suena a rutinario déjà vu. Con familiar hastío, pues, se dispone a escuchar la recurrente coartada identitaria con que intentarán venderle la burra ciega de la persecución de la libertad en nombre de la libertad. De entrada, mientras la fierecilla filológica de Antich le explique el cuento del sagrado deber hacia la tierra y las raíces, uno repasará mentalmente las palabras de Antoni de Capmany, insigne prócer barcelonés del siglo XIX: "El catalán es una lengua antigua y provincial, irremediablemente perdida para la república de las letras".
Luego, cuando la voraz osezna se acerque al rico panal de la retórica mística – "el ADN de nuestro ser colectivo", "la voluntad de un pueblo que no quiere morir", et caetera–, el mismo uno volverá a preguntarse por qué ese signo sagrado de la identidad eterna de los Países Catalanes nació hace junto cien años, ni un segundo antes. Y por qué a todo el mundo le trajo sin cuidado perder el gran tesoro de la lengua doméstica hasta ese mismo instante. Pues ha de saberse que uno ha intentado buscar en el catalanismo militante, al menos, la enigmática grandeza que siempre esconde el Mal cuando resulta gratuito. Sin embargo, lo único que ha encontrado es esa paradoja histórica, que lo remite al muy prosaico mundo de la berza y el garbanzo. Porque resulta que nuestras sufridas margaridas sólo dieron en tener el corazón partío por la llengua, ¡oh casualidad!, en el mismo momento que apareció por el horizonte... la competencia laboral castellanohablante.
No, mi querida bichita normalizadora, ni debajo de los adoquines se escondían las playas, ni detrás de vuestra loca pasión por San Pompeu Fabra hay algo más que la sórdida lucha por (buscarse) la vida. Ese furioso amor por el catalán, comisaria Margarida, no esconde otra trastienda que el ruin forcejeo a codazos por un triste salvoconducto que ayude a trepar en la escala social. Eso sí, en nombre de la solidaridad y el progresismo. Naturalmente.